domingo, julio 15, 2012

Sonriendo en el desierto


Estoy sonriendo. Y no escribo de la sonrisa que se ve en mi rostro, se trata de la sonrisa que se está gestando en mi corazón y que empieza a crecer poco a poco.

Sigo en el desierto, pero las cosas se ven diferentes: Jesús está conmigo, camina junto a mí, me enseña lo que debo aprender y lo que debo de dejar. Al principio no fue fácil, soy muy aferrada a mis cosas. Pero llegué al punto de estar cansada de cargar con ellas, de amarrarlas a mi espalda, de fingir que no estaban allí. Y entonces, llegué al desierto y ya no fue posible soportar más.

Troné, pero aún así me resistí a aceptar que yo tenía que cambiar. Le eché la culpa a mi contexto, a mi etapa de vida, a lo externo. Yo no estaba mal, el mundo sí. ¡Qué oveja más terca y ciega! Pero el Pastor es paciente y amoroso, ha tenido misericordia de mi. Me guió con su vara y su cayado, me sostuvo en el camino, hasta que me arrepentí.

¡Ahora tengo una mejor esperanza! Porque aunque el desierto es rudo, al final de la senda podré ver hermosos frutos: mi voluntad rendida a la suya, un corazón menos duro, una fe más sencilla como la semilla de mostaza, una confianza en Él más plena. ¡Será más libre de lo que soy ahora!

¡Ya soy LIBRE! Y es grandioso reconocer quién soy yo en Él, sin miedo y sin temor a lo que otros quieren y esperan de mí. Soy libre de seguirle y obedecer al llamado que hace en mi vida, y eso es lo verdaderamente importante. Soy libre de esperar sus tiempos, sin fijar fechas ni horas en mi agenda, y eso me trae descanso, porque ya no depende de mí que ocurra nada.

Por eso mi corazón está sonriendo, eso yo lo sé y lo siento en lo más hondo de mi pecho. Y esa sonrisa poco a poco se va abriendo más y más, como la aurora del amanecer que va aclarando el horizonte después de una oscura noche.

Estoy sonriendo, y Él en verdad puede hacerme aquella que dice mi nombre: la que irradia felicidad y alegría.

viernes, julio 13, 2012

El secreto de la vida cristiana feliz - Hannah W. Smith


He terminado de leer otro libro, que me pareció maravilloso. Se llama "El secreto de la vida cristiana feliz", de una mujer que vivió a finales del siglo XIX y cuyo nombre fue Hannah W. Smith. Recién lo compré hace un par de semanas, y me llamó muchísimo la atención su título. Al principio, cuando lo saqué del estante de la librería, tuve mis reservas: siempre que encuentro un libro con similar encabezado, me pregunto si será bíblico y cristocéntrico, o si será uno de esos que sólo hablan de cómo alcanzar la felicidad y el "gozo" por cuenta propia.

Lo que me dio confianza fue leer en el índice subtemas como "Dificultades en relación a...", y también leer que la autora vivió en otro siglo. Tal vez esté equivocada, pero tengo la impresión de que los buenos libros perduran pese al paso del tiempo; y si la editorial Clie decidió publicar el texto en su colección "Perlas escogidas", fue por alguna buena razón.

Este librillo de 89 páginas en verdad es una perla. ¿Por qué los cristianos no pueden ser felices? Es una pregunta que la autora trabaja en sus líneas, y presenta el "secreto" de la felicidad en la vida cristiana: la comunión plena con Cristo, que viene por la obediencia a la voluntad del Padre y la confianza total en Él. Ya lo hemos escuchado, hasta lo hemos aconsejado, pero... ¿qué significa esto? ¿cómo se hace?

Me fascinó cómo Smith desarrolla su argumento: primero, nos presenta que la vida cristiana feliz es un don de Dios. Y segundo, viene del sometimiento total al Señor y de tener una fe absoluta en Él; es decir, nuestra voluntad se hace a un lado para que sea Su Voluntad la que deseemos hacer. Hasta aquí, todos de acuerdo, pero bien sabemos que hay dificultades en el camino que nos frustran y nos hacen infelices.

Por ejemplo, como no sentimos que estemos consagrados, pensamos que no lo estamos. O sentimos que no tenemos suficiente fe, o sentimos que no tenemos unidad con Cristo. La autora nos explica que nuestras emociones no son de fiar, porque cambian de un momento a otro y por eso no deben ser el indicador principal del estado de nuestra vida espiritual. 
"La vida cristiana feliz, personal e íntima con Cristo, no viene guiada por las emociones, sino más bien por la voluntad. Y por lo tanto, si ésta se mantiene decididamente en equilibrio, esto es, centrada en la voluntad de Dios, los diversos estados emocionales no perturbarán ni afectarán su realidad". (p. 27).
Entonces, si nuestra voluntad es hacer la voluntad del Padre, Él mismo obrará en nosotros tanto el querer como el hacer. Así mismo, si confiamos plenamente en Él, veremos que las pruebas y las aflicciones son instrumentos que el Señor usa para que podamos ser uno con Él, para perfeccionar nuestra fe y para madurar... ¡para que seamos más felices!
"Todas las intervenciones de Dios en la vida del creyente siguen un mismo propósito: llevarle a una unión tal con Él hasta que se haga realidad la oración de Jesús cuando clamaba al Padre diciendo: '... para que sean uno; como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros... yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos, como también a mí me has amado' (Jn. 17:21-23)". (p. 77).
Luego, el sufrimiento es una señal de que Él está al tanto de nosotros, está trabajando en nosotros para alcanzar lo único que puede hacernos felices: la unión con Cristo. Si logramos mirar más allá de nuestras narices y vislumbramos esta meta, nos será más fácil obedecer, confiar, entregarnos por completo a nuestro Amado Señor.

Este texto llegó a mis manos en el momento justo, cuando más necesitaba meditar en estas cosas. Ahora, mi desierto ya no se ve tan desolador porque veo con esperanza que Cristo está perfeccionando mi fe y mi obediencia. Habrá frutos de justicia, como dice Hebreos 12:11, y podré caminar más feliz, descansando en su gracia y confiando en su perfecta voluntad.

Así que, ¡este libro es altamente recomendado!

La ficha bibliográfica, por si quieren buscarlo y leerlo:

Smith, Hannah W. El secreto de la vida cristiana feliz. Barcelona, Clie, 2005.

martes, julio 10, 2012

Sólo una cosa...

Sólo una cosa te pido, Señor...
Sólo una cosa anhelo...

Que tu voluntad se convierta en mi voluntad,
para buscarla y hacerla voluntariamente,
libremente...

Que tu voluntad sea mi deseo diario,
mi reflexionar en el camino,
lo que más busque mi corazón.

Porque sólo si tu voluntad es mía, 
podré gozarme en ella,
podré ser libre en ella...

Haz, Señor, que tu voluntad ocupe el lugar de mi voluntad.


domingo, julio 08, 2012

En medio del desierto


Señor, sabes por dónde estoy caminando. Conoces mi mente y mi corazón, no te sería extraño escuchar de mi boca que me siento "rara"; la única imagen que se me viene a la cabeza es la de una esponja en medio del desierto.

Sí, esa soy yo: una esponja, que ante el panorama tan desolador, seco y solitario busca ya no llevar, sino conservar un poco de agua, cómo sea; pero simplemente no se puede. El sol abrasador, quemante, que penetra hasta lo más profundo no permite que se conserve ni una sola gotita. ¡Y ni para dónde moverse! Porque todo se ve igual, todo se ve solo, todo se ve muerto...

Y ya me cansé, Señor, de intentar. Ya me cansé de dar lo que no puedo dar. Ya he llorado, ya me he desesperado... y ahora preferí quedarme quieta ¡porque simplemente no puedo hacer nada! Esa soy yo, una simple esponja seca que no puede permanecer húmeda y fresca. Por eso mejor me he sentado, y estoy esperando...

¿Esperando qué? ¡Esperando que me enseñes cómo harás algo bueno de todo esto! Por qué tú eres el Señor, tú eres el Dios del Universo, el Dios de la Historia... ¡por qué tú eres Dios! ¡por qué tú eres MI Dios y MI Señor!

¿Por qué debería esperar? Porque lo he visto antes, porque he mirado fotos y leído textos que dicen que en el desierto sí puede existir vida, que en los desiertos brotan y crecen las más raras y hermosas flores, que en el desierto siempre se esconde agua... ¡por qué Tú harás algo en mí aunque yo sólo vea arena y sienta que me quema el sol!

Señor, ayuda a mi incredulidad; no permitas que decaiga mi fe... Ayuda a los ojos de mi corazón a mirar más allá de mi sufrimiento, a mantener la convicción de que algo estás haciendo en este desierto y que me llevará a mirarlo diferente.

Gracias, gracias Señor, porque me das la convicción de que estás caminando conmigo en medio del desierto, aunque no alcanzo a ver tus pisadas. Gracias porque Tú has prometido que estás y estarás conmigo todos los días, hasta el fin del mundo... esa bendita promesa que dobló mi corazón para seguirte en esta vida.

Y aunque no veo ni comprendo, te agradezco por este desierto, porque estoy convencida que algún día miraré atrás y veré tus pisadas junto a las mías, y veré las flores y el agua que ahora no veo.