jueves, agosto 29, 2013

Mi varita mágica


¿Te he contado que desde niña la gente me pregunta por mi varita mágica? Es una broma muy mala y poco original. Las personas escuchan cuál es mi nombre y hacen esos comentarios y creen que son chistosos. Pero no lo son, para nada lo son.

No obstante, en tiempos así me gustaría tener una. No como la de Harry Potter, es muy aburrida y simple: es negra y ya. Pero tampoco como esas que se consiguen en las ferias, son demasiado chillantes con sus colores y brillos.

Tendría que ser una buena varita mágica. Una que sea agradable mirar y usar. La imagino ligera, portátil, pero eficaz. Tendría que ser multi-usos: sería un buen lápiz para subrayar lo que te gustó del último libro que leíste; o una pluma de ave para hacer cosquillas a la primera víctima que se atraviese; o un perchero para dejar tu chamarra colgada y sin estorbar. 

Una varita que pueda ser útil para remendar calcetines; o para pegar los botones de nuestras camisas, esos que se desprenden cansados de tanto abrochar y desabrochar. También tendría que incluir algunos retazos de ánimo reforzado, para cuando sea necesario salvar nuestros sueños desgarrados o rotos.

Una buena varita mágica que nos saque por un momento de los apuros cotidianos, con una dotación de bocanadas de aire con sabor a esperanza. Que nos ayude a guardar momentos y atesorarlos, y regresar a ellos cuando nos preguntemos qué estamos haciendo. Una de la que podamos alguna palmadita que nos diga que vamos bien.

Sí, me gustaría tener una varita mágica. Especial y única, con la cual pueda hacerte sonreír con algún truco curioso. 

Pero no tengo una varita mágica. Lo que tengo es un par de brazos para abrazarte fuerte, un par de ojos para llorar contigo, un par de oídos para escuchar tu silencio, el anhelo de permanecer a tu lado y una oración constante por ti. 

Quién sabe. Tal vez no necesitemos una varita mágica.